viernes, 30 de noviembre de 2012

INFECTED LOVE

- Autora: Marta

- Twitter: @OrionTilenni

-Tipo: SHINee, TaeKey (Taemin x Key), yaoi, +18, serial




CAPíTULO 2

Key

Cuando desperté me ardía hasta el alma. La piel, los ojos y la lengua luchando por no colarse por mi garganta cuando enfrenté la insondable oscuridad, tosiendo como un loco. Un latigazo de dolor desde la parte baja de la espalda me hizo acurrucarme de nuevo sobre mi mismo, en el suelo helado, acompañado por el lento arrastrar de las cadenas que me confinaban a aquella pared.
Había un sonido que no concordaba con aquella estampa pero estaba tan desorientado que me costaba encontrarle sentido, me costaba encontrarle sentido a aquella nada. Era el sonido de la dificultosa respiración de Taemin en algún lugar lejos de mí. Le busqué a tientas por el suelo, forzando las cadenas hasta que no me dejaron moverme, pero no pude encontrarle. Seguía escuchándole respirar, tan despacio, con tanta suavidad que quizás era solo mi imaginación.
Pero él tenía que estar bien... Tenía que estarlo.
Me restregué con los dedos el camino de las lágrimas reseco en mis mejillas, también pasé los dedos por mi boca, aún me dolía y los labios estaban secos, cortados... pensé que podía encontrar en ellos un rastro de él, del sabor de su boca. Algo que no entendía por qué necesitaba.
Sentía que me faltaba algo, no sabía el qué... algo dentro de mi no funcionaba, no me dejaba reaccionar y cuando no pude seguir escuchando su respiración, se disparó dentro de mi. Y me entró el pánico.
-Tae...- lo recordé de golpe. Los susurros callados y el sonido rasposo, vomitivo y asfixiante de los gemidos de aquel hombre maltratando el delgado cuerpo que solo minutos antes se había apoderado de mí.
Pero sus ojos... habían visto sus ojos, escuchado la dulzura de su voz, el latido de su corazón bajo mis dedos y como la sangre, caliente se había deslizado por su espalda. Y aun así él había dicho que lo sentía, aun así había intentado no hacerme daño. Y yo solo lloraba.
¿Y si no lo había soportado? ¿Y si estaba muerto?
-Tae... Tae...
-Pajarito...- susurró. En sus labios aquella palabra no dolía, sonaba extrañamente... bien. Pensé que así, cada vez que la escuchara no debía tener miedo. Estaba teniendo una sarta de pensamientos sin sentido. Pero estaba cansado y no quería luchar contra ellos, porque si lo hacía, solo podría pensar en lo que había perdido. Solo podría pensar en Jonghyun.
Lo último que podía recordar era la lluvia en mis mejillas, helada y punzante, acariciándome la piel a la vez que los dedos de Jonghyun se enredaban en mi pelo y me besaba, sonriendo.
Había prometido estar conmigo para siempre, haciendo que mi corazón saltase y golpease con fuerza dentro de mi pecho, me había prometido esperar a que estuviera preparado mientras mis rodillas temblaban cuando me abrazó, me besó, otra vez, antes de dejarme ir, sin saberlo... Para siempre.
Y ahora era tarde. Ahora no había espera, no había momento especial, no había nada más que un vacío desgarrador serpenteando debajo de mi piel. La inocencia arrancada de mis entrañas por unas manos desconocidas y una voz que violaba todos y cada uno de mis sentidos. Intenté odiar a Taemin, intenté odiar sus manos, que habían cuidado de mí y me habían arrancado el alma al mismo tiempo, quería culparle pero no podía. Él parecía más destrozado que yo, al verle me parecía un milagro que estuviera vivo.
-¿Estás bien?
-Eso debería preguntarlo yo.
-Idiota...
-Me duele la espalda...- confesó después de un largo silencio. Le escuché moverse y sisear en voz baja como si no quisiera que yo lo escuchara.
-¿Puedes moverte?
-Creo que sí.
-Acércate...
Se acercó como pudo, solo lo escuché pero sonaba torpe y lento, yo hice lo mismo, hasta que las cadenas no me dejaron avanzar y a él tampoco, llegábamos exactamente al centro de la estancia, exactamente para tumbarnos de lado en el frío suelo y que su frente y la mía se tocasen, cada una en un sentido. Cerré los ojos aunque no pudiera verle en aquella oscuridad. Estaba ardiendo, sudaba y el pelo se le pegaba a la frente, intenté estirar un brazo para tocarle pero no podía. Cuando su fiebre empezó a asustarme, me alejé buscando en la oscuridad la chaqueta azul que debía de estar en alguna parte. Tardé en encontrarla y después busqué el cubo de agua fría junto al que había despertado. La metí dentro, como si de un paño gigante se tratase y me acerqué de nuevo hacia él. Me estiré todo lo que pude y la puse en el suelo, él se movió hasta que su espalda herida quedó sobre la tela mojada. Siseó pero me dio las gracias con la voz apagada.
Nos quedamos así, el uno cerca del otro y con el frío campando por dentro de nosotros hasta los huesos.
-Echo de menos la lluvia...- susurré cuando creí que el silencio me volvía loco.
No sabía cuanto tiempo había pasado, había dormido un par de veces, retorciéndome y enredándome más si era posible, Taemin a penas se había movido y respiraba muy despacio, creí que estaba dormido y hablé para mi mismo en realidad, porque necesitaba escuchar algo, aunque fuera mi propia voz.

Era cierto, echaba tanto de menos la lluvia que lo sentía como un dolor físico atenazándome la garganta. Me acurruqué sobre mi mismo imaginando que las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas eran eso, lluvia. No fruto del dolor.
Estar allí, acompañado de mi propia respiración me arrastraba a una espiral de recuerdos de los que quería huir como fuera. En realidad en mi vida no era nadie, para los demás no lo era porque no me conocían, no se molestaban en hacerlo. Yo era ese chico que no entendían y que siempre estaba lejos, con la música puesta y libros hasta bajo la almohada. Algunos se jactaban pensando que por vivir de manera diferente, eran superiores a mí... porque no entendían que vivir a mi manera, para mí era un tesoro. Vivía en mis sueños porque la realidad me asfixiaba.
¿Y donde estaba ahora? Ni en mi vida, ni en un sueño. Anclado a una pesadilla con una especie de ángel marchito muriendo a mi lado.
-Háblame.- pidió sin más, en mitad de la devastación que el miedo estaba dejando dentro de mi. Ni siquiera pensé en las palabras que nacieron de mi boca.
Le conté una historia que había escrito cuando era un niño, una sin mucho sentido realmente, pero yo seguía recordándola como el primer día.
Le hablé de un bosque negro, donde las hojas de los árboles eran plateadas y que las ramas se alzaban al cielo y se retorcían como si quisieran atraparlo. Caía una nieve de ceniza sobre el bosque y en la torre que se alzaba en su centro, una aguja de piedra antigua con solo una ventana, donde había una joven princesa de pelo negro y piel de hielo que cantaba y lloraba porque no había luna en el cielo, y sin luna, tampoco sol. Solo una noche eterna y la ceniza eran restos del sol que había muerto solo allí arriba. Cuanto más lloraba ella, más se marchitaban los árboles, más negra era la ceniza que cubría el suelo.
Un día en el que la princesa enterraba su precioso rostro entre sus manos, sintió un pequeño resplandor alzándose en su habitación, una pequeña luz que poco a poco tomó forma humana, piel, manos y una mirada resplandeciente que le hizo olvidar por un segundo la agonía por haber perdido la luna.
-¿Quién eres?- el chico no respondió, se acercó a ella a paso lento y le recorrió las mejillas anegadas de lágrimas con los dedos. Le reconoció al instante, cuando le rozó los labios.
-Te he encontrado... mi luna.- susurró él.
-Libérame...- contestó ella, rodeándole con sus pálidos brazos- Mi sol.
Y así despareció la princesa de la noche para recuperar el lugar en el cielo que nunca debió abandonar, y así su eterno amante volvió a la vida, dándole la luz al mundo, que solo ella inspiraba.
Sin día no había noche, sin luna no había sol y el bosque quedó, helado en el tiempo, guardando el llanto de la princesa.
Dejé de hablar, mi voz quedó suspendida en el aire, me había sumido en mi cuento como la primera vez que lo había imaginado, esperando cualquier reacción por parte de Taemin, quizás estallaría a reír. Al notarle en total silencio, deseé que empezase a reír.
-Es precioso... ¿Donde lo leíste?
-No le leí.
-¿Es tuyo?
-Si...
-Nunca había escuchado algo así.
No supe que más decir.
-Gracias.- susurró él, robándome las palabras.
Poco a poco, a medida pasaba el tiempo, parecía que él estaba un poco más vivo, aunque a veces se le rompía la voz, o caía dormido durante preocupantes intervalos de tiempo. Lo único que yo podía pensar era en el momento que esa puerta se abriera para algo que no fuera traernos escasas raciones de restos de comida o agua que sabía extraña.
Pero no podíamos ni siquiera regocijarnos en nuestra soledad compartida, ni en el silencio cómplice que manteníamos cuando dormíamos frente a frente, sin llegar a tocarnos. Otra vez la puerta se abrió, dejando entrar agujas de luz blanca que me ardieron en los ojos, y pude ver a Tae, tan pálido que se me paró el corazón. Otra vez el monstruo nos ató el uno al otro, otra vez le golpeó contra el suelo hasta que accedió a tocarme, a besarme con sus ajados labios y manos heladas. Otra vez lloré, y él limpió mis lágrimas con la lengua como si quisiera beber de ellas. No le tenía miedo a él, no sentía asco cuando me tocaba, pero si dolor cuando las caricias pasaban a algo más, algo para lo que yo no estaba preparado y me obligaba a morderme el labio, temblar y retorcerme. Tras esa vez vinieron muchas más, incluso los dos perdimos la cuenta. Siempre le pegaba a él, le susurraba cosas al oído que yo no podía comprender y cuando lo hacía, Tae me miraba y un miedo devastador anegaba sus ojos.
Me aprendí la forma de su espalda y cada una de sus cicatrices, me aprendí el recorrido del sudor por su cuello, y la forma en que entreabría los la labios para decir "lo siento" cada vez que entraba dentro de mi y yo me obligaba a mi mismo a no huir.
La última vez que le sentí sobre mí, acariciándome el cuello con los dedos para tranquilizarme, estaba tan agotado que perdí la conciencia, golpeándome la cabeza contra el suelo. Y no sentí nada más que la oscuridad llevándome y rodeándome cuando desperté. Gritando. Seguía encadenado a Taemin, que me abrazaba por la cintura y me alejaba del frío del suelo acostándome sobre él.
-Creí que estabas muerto.- muerta sonaba su voz.
-Sentí que lo estaba.
Me apretó tan fuerte contra él que me hizo daño pero no me importó y apoyé la mejilla entre su hombro y su cuello, sus mechones castaños me hacían cosquillas en las mejillas.
-Te odio...- murmuró, tenía los labios hundidos en mi pelo y su voz sonó amortiguada- Te odio por estar aquí, por darme algo que salvar. Estaba dispuesto a rendirme, y apareciste... no puedo rendirme si estás aquí.
-¿Porqué?
-Porque entonces te matará a ti.
Las palabras se me clavaron por dentro, igual que sus dedos crispados sobre la piel de mi cintura, sabía que iba a decir algo más, pero cada vez que comenzaba volvía a cerrar la boca y notaba como retenía los sollozos en el pecho. Busqué su mejilla en la oscuridad, la cadena de metal que unía su cuello y él mío estaba fría al presionarla entre nosotros. Hablé con los labios sobre su mejilla, con las palabras tan bajas que apenas fui capaz de escucharlas yo mismo.
-No tienes porqué luchar por mi.
Aquello pareció ser el empujón que necesitaba, me apartó sujetándome las mejillas con las manos intentando mirarme a los ojos pero la oscuridad era un abismo insalvable entre nosotros.
-¿Qué no tengo porqué? Llevo demasiado tiempo despertándome escuchándote respirar, durmiéndome mientras llorabas, o me llamabas. Llevo demasiado tiempo aferrándome a que tu vida y no quiero despertar otra vez aquí y saber que no voy a escucharte... No quiero, no puedo y no lo haré.
No podía sentir aquella sensación en el pecho, no podía sentir aquellas ganas de abrazarle ahora que nadie nos miraba, no podía desearle en lo más profundo de mí porque mi corazón tenía dueño... pero mi vida también, en aquellas paredes era suya.
-Te ha amenazado... ¿Verdad? Si no haces lo que dice, si no sigues luchando, me matará.
Asintió y se rompió cuando le rocé la mejilla con los dedos.
-Estamos perdidos... sabe que me importas... sabe que haré lo que sea por salvarte. Pensé que estabas muerto y me volví loco... no pude controlarme, grité, grité mucho y se fue, me dejó solo contigo y se reía. Si sabe que me importas te hará daño, para torturarme, lo sé.
Él seguía sin dejar que una sola lágrima escapase de sus ojos, y yo tampoco lloré. Me acomodé sobre él apoyando en oído en donde latía su corazón e intenté hacerme a la idea de que de un momento a otro, aquel momento frágil se rompería, que alguno de los dos estaría muerto pronto. El miedo era un susurro amortiguado entre sus latidos y los míos.
¿Cómo podía estar tan destrozado y al mismo tiempo abrazarme de aquella forma? Hasta que me dejé caer en un sueño extraño y profundo, sin nada más que oscuridad y silencio. La paz momentánea y superficial nos rodeaba, de vez en cuando abría los ojos, le preguntaba si estaba despierto y él me contestaba que si volvía a preguntarlo otra vez me mordería.
La calma duró menos de lo imaginaba, aunque una vez separados, cada uno encadenado a una pared, como siempre habíamos estado habían paso quizás días, en los que hablamos, nos conocimos. Nos contamos mil historias, nos inventamos vidas diferentes, destinos diferentes. Nos contamos nuestros sueños pero nunca hablamos de nuestra vida real, nunca de lo que estaba fuera, nunca de lo que habíamos perdido. Supongo que a los dos nos dolía demasiado. Apenas nos dio de comer, mi estómago se retorcía y me mareaba más de lo normal, aun así, podía olvidarlo cuando hablábamos. Caímos dormidos más o menos al mismo tiempo, en una fingida calma... cuando se desató el infierno. Y yo no estaba preparado. Jamás lo estaría.
La puerta se abrió con su acostumbrado quejido, ignoré la luz, ignoré los pasos que sabía que llegarían. Hasta que reparé en que no eran los únicos. Había otros, otro par de pies acompañando al ya conocido. Escuché que Tae tragaba saliva y se revolvía. Abrí los ojos a tiempo de ver dos figuras altas sobre mí. A uno ya lo conocía, al otro, que me miraba con un ansia voraz y despiadada no, y deseaba no hacerlo. Era alto, delgado y pálido con una nariz aguileña y rasgos afilados, el pelo azabache perfectamente peinado y vestido con un elegante traje que no mostraba ni una sola arruga. Se parecía a nuestro habitual carcelero y verdugo, tenía el mismo aire de superioridad aplastante, la misma asquerosa mirada de depredador y la misma forma de pasear la lengua por los labios cuando me miraba.
-Que preciosidad. ¿Donde le encontraste?
-En el mismo sitio que al otro, trabajar en un instituto tiene sus ventajas.
Entonces lo recordé, recordé cuando había visto a mi captor. Era profesor en el instituto que yo estudiaba, en el mismo que Taemin estudiaba antes de desaparecer. Trataba con alumnos dos cursos inferiores a mí. Me invadió el asco, un asco desmesurado y desgarrador y me costó horrores no escupirles a ambos.
Porque cuando me inmovilizaron contra el suelo, supe que si lo hacía, aquello dolería mucho más.
Aquel hombre cuyo nombre también desconocía empezó a apretarme la cintura con sus manos, chasqueando la lengua. Esa lengua, áspera como la de un gato me recorrió el abdomen, el cuello y las mejillas.
-¡SUÉLTALE HIJO DE PUTA! ¡SUÉLTALE O TE JURO QUE TE MATARÉ!
Los alaridos de Taemin me dolían más que cualquier otra cosa, nunca le había escuchado con aquella desesperación, aquella forma de desgarrar la voz para salvarme. Verme reflejado en los ojos negros de aquel hombre, me dejó claro que esa salvación no llegaría.
Entonces si me revolví, le escupí, intenté alcanzarle con los puños pero no podía. Me golpeó contra la pared, apretándome con su cuerpo, relamiéndose, relamiéndome y arañándome la piel. Dejaba surcos que ardían por mis piernas y mis costados. Desde ahí podía ver a Taemin, amordazado, golpeado y con los ojos clavados en mí. Estiraba un brazo intentando alcanzarme mientras también le torturaban a él.
Un golpe en la cara me obligó a dejar de mirarle, saboreé mi propia sangre en a boca y me entró el pánico cuando me arrancó la poca ropa que me cubría.
Me lamió la oreja, colando en ella su vomitivo aliento.
-Espero que seas mejor que el gatito de mi hermano. Si te portas bien, te llevaré conmigo.
¿Portarme bien? ¿Irme con él? Pateé el aire sin conseguir darle más que en un castado, se dobló sobre si mismo y sonrió de forma animal, seguí peleando, jadeando y sin fuerzas, le clavé las uñas, las rodillas, pero no se rendía, y seguía golpeándome, atontándome con cada cabezazo que me daba contrala pared. Sentí que perdía las fuerzas.
Me invadió por dentro con tal brutalidad que sentí que me deshacía por dentro. Me apretaba contra la pared y yo ahogaba lo gritos como podía en mi garganta, fijando de nuevo la vista nublada en Taemin, estiré los dedos hacia él, repitiendo su gesto aun sabiendo que no podía alcanzarle. Apreté los labios y cerré los ojos para no llorar. Todo me dolía, la luz demasiado intensa, el frío, los golpes, la invasión, los mordiscos, la herida donde antes tenía el corazón.
Jonghyun... Jonghyun... Ojalá pudiera escucharme, susurrarme que me quería una vez más antes de que aquel dolor me apagase por completo. Me sentía morir, quería morir antes de seguir en aquella tormenta de dolor y desesperación.
Tenía el alma sucia, desgarrada y quizás sangrando, se había convertido en un peso dentro de mi, no quería tener que soportarla, pero no podía arrancarme mi propia alma, solo los gritos me ayudaban a dejar salir pequeños retazos de aquel horrible dolor. Pero los gritos solo eran quejidos en mi boca.
Me dejó después de lo que pudo ser una eternidad desmadejado en el suelo. No podría moverme ni de haberlo querido y se alejó riendo, andando con la misma sucia elegancia que al principio. Giré mi cuerpo hacia donde estaba Taemin, sus ojos estaban vacíos y fijos en mí.
-Lo quiero, si te decides... avísame.- le escuché susurrar al otro antes de desaparecer por la puerta.
Vi como el monstruo cogía a Taemin del cuello y lo alzaba ligeramente para mirarle frente a frente y aunque no quise, escuché aquellas palabras como quién escucha su sentencia.
-Vamos a jugar a un último juego gatito. Ya sabes quién era él y ya sabes lo que le gusta, como veo lo mucho que te preocupas por mi pajarito, seré benévolo y te daré la oportunidad de escoger su destino.
Sacó un cuchillo escondido el la pernera del pantalón. Era grande, muy afilado y brillante. Se lo puso en la mano y le cerró los dedos en torno a la empuñadura, Taemin seguía sin mover un solo músculo, el arma se deslizó al suelo cuando dejó de apretarle los dedos en torno a él.
-Déjale ir con él, sabes lo que pasará, o ahórrale la tortura y que muera en tus manos.
Le besó en la frente, un gesto paternal que me revolvió el estómago y se fue, mirándome por última vez.
-Adiós, pajarito.
Y cerró la puerta tras de si, con la luz abrasando mis lágrimas.
Nos invadió el más doloroso y aplastante de los silencios, ni siquiera podíamos reflejarnos en la oscuridad porque ya no existía, ni siquiera podíamos movernos.
Escuché la agitada respiración de Taemin, repentinamente quebrada y empezó a abrazarse las rodillas. Parecía un niño asustado entre los mechones castaños que cubrían su rostro. No podía verle los ojos, solo los hombros temblando de una forma seguramente dolorosa. Me acerqué muy despacio, ignorando que junto a él estaba aquel filo metálico que podía matarme.
Estaba a escasos centímetros de su espalda, podía escucharle sollozar.
-Onew... Onew... Onew... Por favor. Por favor...
No dije nada, yo no podía ayudarle, yo era parte del motivo que le torturaba. Apoyé la frente en su espalda y se quedó quieto un segundo al notarla, después siguió como si yo no estuviera allí.
-Si ese monstruo te lleva con él, desearás estar muerto.- me miró con sus ojos convertidos en pura oscuridad.
-Ya sabes lo que hacer entonces.- cogí el frío cuchillo, haciéndolo brillar bajo la luz blanca y le tendí el lado de la empuñadura. Lo miró fijamente, después a mi, no podía descifrar su mirada y no supe si debía tener miedo, o si por el contrario alegrarme de estar a punto de ser libre, si es que podía llamar libertad a la muerte.
Me quitó el cuchillo de un manotazo mandándolo lejos de nosotros y me abrazó por los hombros pegándome a su cuerpo. Estaba escondido en mi cuello y la voz salía amortiguada.
-Eres un imbécil, un pájaro imbécil. No voy a matarte, no quiero matarte... no soy un asesino.
-Pero... me llevará. ¿Verdad?
Se mordió el labio hasta que apareció en el una pequeña mancha roja. La repasé con los dedos, dejando su labio con algo de color y le besé muy despacio, sin mover un solo músculo más y él cerró los ojos dejando que mis labios se paseasen por los suyos, hechos de hielo y lija.
Nos besamos hasta quedarnos sin aire, enredé mis dedos en los suyos, mi mano en su pelo y por segundo de nuestras miradas cruzadas, creímos que si seguíamos así podíamos hacer que durase para siempre y poder huir del destino que se nos imponía con crueldad. Quise hacer mío todo su dolor, pero no podía.
Nos acostamos frente a frente en el suelo, rodeé con mi brazo su cintura y el descansó los dedos en mi mejilla. Temblábamos pero no nos movíamos, solo estaban en contacto nuestros ojos.
-Mátame...-susurré.
-Si mato a alguien, será a él. Solo a él.
-Quiero saber algo de ti... algo de verdad, antes de irme.
-No dejaré que te lleve.- me apartó un mechón que me cosquilleaba en la frente antes de continuar- Solo hay una persona esperándome fuera, solo tengo un lugar al que volver y empiezo a pensar que no lo haré nunca.
-Lo harás, y esa persona estará esperándote.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque yo te esperaría.
Se acurrucó dándome la espalda y me dejó abrazarle de nuevo, no sabía si estábamos esperando a algo o simplemente estábamos dejándonos ir, pero cerré los ojos con el único sonido de su respiración y la mía juntas como una sola.
Desperté con un frío cosquilleo en la mejilla, bajó al cuello, se deslió por mi hombro y mi pecho. Estaba frío y afilado.
Abrí los ojos, Taemin estaba arrodillado con una pierna a cada lado de mi cuerpo, inclinándose sobre mi, su boca estaba justo a la altura de la mía y estaba tan quieto que apenas parecía respirar, solo movía de forma superficial el filo helado sobre mi cuerpo.
No dije nada, dejé que me acariciara con la amenaza escondida en aquellas caricias, me miraba con intensidad. Quizás sopesaba la idea de matarme, estaba convencido de que así era hasta que se incorporó y se apartó, quedando arrodillado a unos centímetros de mí. Incorporé lentamente, estábamos tan cerca que nuestros alientos se acariciaban.
Alzó los ojos. Por primera vez lloraba, pegando mechones rebeldes a sus mejillas y el beso que me dio supo a la dulzura de su tristeza. Sentí una desesperación desmesurada en aquel tímido roce. Alcé los dedos a su mejilla cuando me miró fijamente y atravesó su pecho con el cuchillo.
Un mudo adiós en sus pálidos labios, se despedía de mí y de quién o podría volver a ver.
Tendido en el suelo, rodeado de sangre, me dejé caer a su lado. Nunca un grito me había dolido tanto.
En ese momento, la puerta se abrió y una estampida de pasos irrumpió en la escena, pero yo no podía moverme, aún tenía sus lágrimas en mis labios. Unos brazos me alejaron de él. Yo no podía escuchar ni mis propios gritos con su nombre.
-Estás a salvo, estás bien.- un desconocido tiraba de mi.
No sabía como, ni porqué, la salvación había llegado.
Demasiado tarde.

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